Los cazadores canadienses de foca vuelven a su cita anual, en la que, mediante autorización del régimen conservador, proestadounidense y derechista de Stephen Harper, morirán de la manera más cruel y sangrienta 320.000 focas, algunas de ellas con apenas unos días de edad, supuestamente para "evitar" que acaben con el bacalao y darles algunos ingresos adicionales a los pescadores. Este jueves se lleva a cabo la jornada mundial de protesta contra la masacre, que justifican sus partidarios en el "elevado número" de estos animales en las heladas tierras del Atlántico Norte canadiense.
A porrazos y harponazos, los cazadores revientan de sangre los cuerpos de las focas, tras de lo cual proceden a desollarlas vivas. Pese a las "teorías" y estudios "imparciales" de algunos organismos, que afirman que los porrazos, cuando se ejecutan de forma apropiada, "no son crueles", otros estudios independientes sugieren que sí lo son y que además, cuando las despellejan, muchas de las focas siguen con vida, contrario a lo que afirman algunos, que mencionan "reflejos de nado" que supuestamente explican porque algunas focas se mueven después de "muertas". A los animales que les disparan los dejan agonizantes, pues el valor de sus pieles puede disminuir.
Mientras la industria pesquera forma un frente común, no solamente contra los ecologistas a quienes agreden, sino contra un posible veto por parte de la Unión Europea, el paisaje blanco y frío de Terranova, una región donde tradicionalmente los animales son "desechables", se tiñe de sangre para beneficio de unos pocos. El excesivo número de pinnípedos por masacrar no justifica de modo alguno la "tradicional forma de vida" de quienes tienen la pesca y el comercio de focas como sustento. Detrás de ellos se encuentran poderosos gremios que mueven millones de dólares, dinero que apesta a muerte. Y lo peor: el gobierno de Harper utiliza a los nativos para ir a Europa, a dar la cara y a igualarse con los empresarios peleteros.