Las sillas vacías y el suicidio en espera
Columnas > Ración de graciasPor Marsares
jueves 17 de abril de 2008 18:16 COT
Quinto debate y la llamada reforma política avanza a trompicones, pero avanza. La comisión Primera de la Cámara de Representantes cumplió su cometido. La estudió, la votó y la trasquiló. Restan tres debates para que un remiendo más se le agregue a la Constitución del 91.
La política es como la mujer del César, no sólo debe ser sino aparentar ser. Al fin y al cabo, los que se dedican a este oficio velan porque el bienestar de sus compatriotas se multiplique administrando los recursos de todos de acuerdo con reglas de juego que le den transparencia a sus actos.
La confianza, por tanto, es el pilar de la política. Los gobernados les dan este voto a los políticos y ellos, asimismo, se lo dan entre sí, de acuerdo con sus tareas. De ahí que en las democracias exista, por ejemplo, el voto de censura que no es otra cosa que solicitarle al funcionario su retiro porque ya no se confía en él.
La política, por consiguiente, no puede ir atada a nada más que a la confianza. Cuando el político la pierde por cualquier razón, debe retirarse. Un amigo me recordaba en estos días el caso del ministro inglés de defensa Profumo, descubierto en un lance amoroso cuestionable. Su jefe, el primer ministro MacMillan debió renunciar porque había perdido la confianza del pueblo. Su falta, no saber escoger a sus colaboradores.
Así funciona la política, sobre la confianza. Esta premisa esencial la olvida la reforma política en curso que deja de lado la confianza y supedita a la ley penal la corrección de las faltas de los congresistas. Si los jueces lo encuentran responsable, pierde su curul. Si lo absuelven, no ha pasado nada.
Aquí se encuentra la perversidad de esta reforma. Si un ministro, como el de agricultura, por ejemplo, hace mal su tarea, debe renunciar si el Congreso le quita su confianza, independientemente de si sus actos conllevan líos penales. Pero un congresista, tan sólo pierde su curul hasta que esté ejecutoriada la sentencia de responsabilidad penal.
La jugada es hábil. Pese al sistema acusatorio que agiliza los términos judiciales, una sentencia puede demorar años en quedar ejecutoriada. Múltiples recursos, incluyendo el de casación, pueden interponerse, sobrepasando con creces el período del congresista cuestionado.
Mientras, el desgaste de la institución se acentúa al permanecer en su seno un miembro cuestionado por la justicia. Al interior del organismo social, comienza a cundir la desconfianza y las instituciones pierden su legitimidad al perder el respaldo del pueblo que las sostiene.
Nuestro país lleva quebrantando esta confianza durante mucho tiempo. En el pasado reciente, el caso del presidente Ernesto Samper, desgastó inútilmente las instituciones. Hoy, un Congreso debilitado por su corrupción interna, conspira más contra el Estado y la sociedad en su conjunto que la misma guerrilla.
Pero los parlamentarios parecen no entenderlo. Con la pequeñez propia del que cuida lo personal antes que lo social, hacen todo lo posible para quedarse, inventándose trampas (como el cambio de la conjunción), cerrándoles el paso a los movimientos pequeños, inventándose paños de agua tibia como el de la “silla vacía”, cambiando al esencia de la política amarrándola a sus consecuencias penales.
Sin embargo, hay algo nuevo en el ambiente. La gente se está acostumbrando a protestar. No los de siempre. Ahora es la gente del común. La del 4 de febrero, la del 6 de marzo. Aquella que le ha perdido la confianza a los que gobiernan y hacen presencia en las calles para que los escuchen.
La gente no quiere un Congreso en el que no confía. Y si éste aún funciona, con excepciones, es porque los votos que lo respaldan se han conseguido con todas las artimañas posibles, menos la libre voluntad de los electores. Y este modo de hacer política, es el que pretenden perpetuar con esta “reforma”.
Se van los que se dejaron pillar. Los demás se quedan, escondidos entre las leyes que ellos mismos hacen para protegerse. Pero, ojo, la confianza está maltrecha, tanto que hay treinta de ustedes entre las rejas y unos cuantos más haciendo fila para irlos a acompañar. Como en Las sillas de Ionesco, los parlamentarios, añosos y solos, pretenden seguir viviendo entre un mar de sillas vacías, para justificar su existencia.
El teatro del absurdo en su máxima expresión. ¿Terminarán suicidándose?
jueves 17 de abril de 2008, 21:55 COT
Marco:
Gracias por esta necesaria y pertinente reflexión.
Un saludo.
viernes 18 de abril de 2008, 09:51 COT
¿Los congresistas legislando contra ellos mismos? Jajajajajajajajaa, qué buen chiste…
viernes 18 de abril de 2008, 10:19 COT
Una muestra más, que aquí nadie tiene vergüenza.
sbado 19 de abril de 2008, 21:59 COT
Germán:
Gracias igualmente por tu visita.
Julián:
Sobrevivir impone muchas cosas, hasta darse la pela, bueno, en este caso, la “pelita”,
Filipogs:
Completamente de acuerdo.
viernes 25 de abril de 2008, 01:40 COT
Si yo no se puede ni debe creer en los senadores uribistas porque todos son nar-coparamilitares, por que si se debe creer en en su benefactor Alvaro Uribe?
martes 13 de mayo de 2008, 22:04 COT
[…] lugar una nueva reforma política, incolora, inodora e insípida, que deja de lado la “silla vacía”, la pérdida del caudal electoral y la devolución de los dineros por reposición […]
mircoles 14 de mayo de 2008, 11:54 COT
[…] so, proposing a new political reform instead, colourless, odorless, and flavourless, which puts the “empty chair” aside, the loss of the electoral wealth, and the devolution of the money earned for reposition of […]