La problemática de las drogas abarca múltiples campos interdisciplinarios y sociales, además del meramente policial. Al referirnos a ellas estamos entrando subrepticiamente en nuestro cerebro y todavía podemos ir más allá del mismo. ¿Por qué existe la adicción a determinadas sustancias? ¿Indican acaso ciertos receptores químicos del cerebro que estamos genéticamente predispuestos a las drogas? ¿Qué barrera separa una droga “legal” de una “ilegal”? Lo que está muy claro es que algunas personas tienen una mayor propensión a caer en el abuso y a reincidir de forma compulsiva en su adicción.
Pero, ¿qué buscamos en las drogas?
El chamanismo y las drogas sagradas
Desde la estepa siberiana, pasando por el Tíbet hasta las más recónditas selvas americanas, los seres humanos han utilizado desde tiempos inmemoriales plantas, hongos y sustancias diversas que eran ingeridas en determinadas ocasiones con fines sagrados. Es el caso del chamanismo. La palabra deriva de las lenguas de la familia uraloaltaica, que se habla en toda Asia Central y del Norte. El chamanismo también cruzó el Estrecho de Bering en los tiempos prehistóricos y se expandió progresivamente entre los esquimales y las tribus indias en todo el continente americano. El chamán representa aquí el papel de “médico del alma”.
Los rituales mágico-religiosos, muchas veces apoyados en el uso de plantas, como los hongos sagrados y el peyote (este último muy utilizado por los chamanes mexicanos), tienen como objetivo modificar la conciencia durante un lapso de tiempo, durante el cual el chamán acompaña al enfermo o a la comunidad a la que cuida en la búsqueda y posterior sanación de aquellas parcelas de su alma que se encuentran enfermas o alteradas. Es un “viaje más allá de los sentidos cotidianos”.
De este modo, la sanación espiritual lleva a la sanación física. Las drogas, en este caso, eran un elemento sagrado y estaban fuera del mundo profano. No eran sustancias para ser usadas con fines festivos o por pura diversión. Al alejarnos de ese círculo y pasar a manos “no ritualizadas” las drogas perdieron su sentido sagrado y se han ido infiltrando en nuestro tejido social con el correr de los siglos. El hombre es un ser religioso y ritualista. La búsqueda de la trascendencia ha marcado nuestra historia con sangre, sonrisas y lágrimas.
Las drogas, además de su carácter sagrado inicial, fueron pasando a manos de los “hombres-medicina” con el fin de mitigar dolores y aliviar enfermedades. De ahí al uso médico actual no ha sido más que un transcurrir temporal. Hoy en día las drogas, legales o no, son un poder económico gigantesco en el que se ocultan intereses políticos, médicos y sociales bajo hipócritas declaraciones de uno y otro lado. No voy a entrar en este asunto que me llevaría a escribir no uno sino una serie completa de artículos durante semanas.
¿Cuál es la causa de la adicción a las drogas?
Debemos hacer un paréntesis y distinguir la adicción a sustancias químicas externas y a las adicciones endógenas o del propio individuo. Los receptores del placer en el cerebro no discriminan en muchos casos el origen del estímulo que excita ciertas zonas. En 1976 se demostró la existencia de varios receptores opioides en el cerebro (Martin y colaboradores), detectando en ese momento tres tipos distintos que en la actualidad casi llegan a la treintena. Estos estudios demostraron que nuestro cerebro segrega de forma natural un buen número de opiáceos, que son conocidos como encefalinas o endorfinas. Estas sustancias provocan euforia, analgesia, sedación y en muchos casos éxtasis. Y están ahí, dentro de nosotros mismos. La neurociencia avanza la hipótesis de que las encefalinas forman parte de nuestra evolución y son el camino químico a algunas experiencias religiosas. Por eso, muchos “devotos religiosos” necesitan el arrobamiento místico que desencadena en ellos una adicción a ese “éxtasis espiritual”.
Dentro del fenómeno del fanatismo religioso puede existir en parte una explicación químico-adictiva: un torrente de opiáceos cerebrales muy poderosos que invade nuestros sentidos. Los centros de recompensa en el cerebro coexisten entre ellos y a veces la frontera que separa una fuente externa de una interna es apenas imperceptible. Caemos en una adicción cuando ésta es la única fuente de placer (o casi la única) que buscamos compulsivamente y por culpa de ello se resiente la salud y el entorno socio-profesional. Cuando no desarrollamos otras fuentes e intereses que nos “llenen interiormente” y den un sentido a nuestras vidas, podemos caer en la tentación de tratar de llenar ese vacío con cualquier droga, legal o ilegal. Además, ¿dónde está la diferencia entre uso y abuso? Pues casi la misma que entre enamorarse y obsesionarse. O disfrutar de una copa de vino y desmayarse por un coma etílico. Es el perfil de cada uno de nosotros y el bagaje cultural, educativo y ético que nos haya acompañado el que finalmente podrá ser decisivo.
Drogas legales y drogas ilegales
En EUA más de cuarenta mil niños hiperactivos están siendo tratados con Ritalina, que es un derivado de las anfetaminas, el metilfenidato. Está químicamente emparentado con éstas y funcionalmente con la cocaína. Muchos de estos niños “legalmente drogados” probablemente ni siquiera sufran un Trastorno de Hiperactividad sino que sean niños “inquietos y traviesos”; es más fácil drogarlos que soportar su comportamiento. Pero se prescribe también como medicamento principal o de apoyo en el tratamiento de la narcolepsia, la depresión en los ancianos, la demencia senil, la enfermedad de Alzheimer, la fibromialgia, el síndrome de fatiga crónica, la impaciencia de los miembros (“síndrome de piernas inquietas”), los dolores secundarios en los cánceres, los síncopes, los traumatismos craneales, los shocks postanestésicos o bien después de un trasplante de órgano, además de que su ingesta facilita el desenchufe de los aparatos respiratorios en las unidades de vigilancia intensiva (UVI) y, claro está, la hiperactividad infantil con déficit de atención o sin él, como he mencionado.
Y no hablemos de las benzodiacepinas (los ansiolíticos tradicionales) que aumenta un 7-10 % anual. En España en 2002 se consumieron 36 millones de envases de ansiolíticos, y en la actualidad se consumen –cifras aproximadas que no tienen en cuenta el uso sin receta médica– casi cuarenta millones de envases anuales de tranquilizantes (casi uno por habitante) y el 21 % de los pacientes que acuden al médico de atención primaria consumen psicofármacos.
Una absoluta hipocresía que esconde un monstruoso negocio farmacéutico, por lo que será difícil que estas aterradoras cifras desciendan, habida cuenta de que los laboratorios farmacéuticos no piensan perder cotas de mercado. Somos los “drogadictos legales”. Y cada año se irán “descubriendo” nuevos trastornos mentales y del comportamiento que pasarán a formar parte de nuevos protocolos clínico-terapéuticos. Trastornos que antes eran simples “nervios” ocasionales y a los que no se les daba importancia y que hoy en día tienen su propia “tarjeta de identidad”: estrés post-vacacional, trastorno por incumplimiento terapéutico (atención con este posible nuevo criterio), “problema de aculturación”, “problema religioso o espiritual”… (quien lo desee puede consultar Problemas adicionales que pueden ser objeto de atención clínica del DSM-IV-TR, que es el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales).
Estamos elevando determinadas conductas que siempre han sido normales a entidades psiquiátricas que van reduciendo no solo nuestra capacidad de adaptación diaria sino nuestra propia libertad. Nos inducen a que nos sintamos enfermos. Así convivimos con la eterna paradoja de que el tabaco y el alcohol son legales, los psicofármacos campen a sus anchas en las recetas médicas pero andemos con absurdos escrúpulos morales, médicos y jurídicos con el cannabis, por ejemplo. La excesiva tutela que el estado ejerce sobre sus ciudadanos puede abrir una caja de Pandora peligrosísima, pues lo que realmente falla es la propia estructura y modelo político-económico del estado. Y casi puedo generalizar sin meterme en colores, banderas ni partidos, da igual. Nos deslizamos hacia un mundo monocromo, medicalizado, excesivamente judicializado y progresivamente deshumanizado.
Nuestro mayor potencial: nosotros mismos
No debemos caer en la pasividad o en la indolencia social. Debemos ejercer la crítica y la reflexión y procurar no “tragarnos” todo lo que nos dicen “porque sí”. Hay que reflexionar y huir del alarmismo. Tenemos la capacidad de pensar y podemos poner en funcionamiento el razonamiento y la autodisciplina. Una forma magnífica sería comenzar a tejer redes de intercomunicación social que reflejen nuestras inquietudes y críticas. No solo en internet, también en nuestro entorno físico cotidiano, incluso con nuestros propios médicos. No vayamos a lo fácil. Tomemos conciencia de que la mayor parte de los muchos trastornos mentales y del comportamiento son meras e interesadas estadísticas.
Para dejar de ser “consumidores consumidos por el sistema” debemos sacar nuestro potencial humano, que es inmenso y que late dentro de nosotros pugnando por salir. Ya lo dice el budismo: Toda felicidad en este mundo nace del deseo de la felicidad de los demás. Todo sufrimiento en este mundo nace del deseo de nuestra propia felicidad. La mejor medicina que podemos tomar son las riendas de nuestro propio destino para trazar un camino alejado de lo egoico y que ayude a caminar a los demás, pues la peor adicción en la que podemos caer es en el desconocimiento adictivo, que es simplemente la falta de conocimiento de las realidades, como dejó escrito el Maestro Budista Robert Thurman.