Por Diego Casaes*
Fui seleccionado entre 92 participantes de una competencia de blogging para asistir a la COP15, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Además de la oportunidad de formar parte de uno de los momentos más importantes en la historia de la humanidad, me deleitó el hecho de poder visitar Copenhague una vez más, pero ahora en medio de la temporada navideña, justo antes del comienzo de las fiestas de fin de año.
Copenhague brilla. Quiero decir, literalmente. Tan asombrado por los días tan cortos en el invierno de Copenhague, pude ver la belleza de la luz del día reemplazada por la belleza de las luces navideñas por todos lados, cuando la noche sustituía el día: en las tiendas, en las calles, en las plazas, en todas partes.
En el fin de semana anterior a mi regreso a Brasil, fui a explorar Copenhague y ver a sus habitantes disfrutar la idea de la navidad. Dos lugares de la ciudad me llamaron la atención por diferentes motivos: el primero fue la Strøget, descrita como la mayor zona de compras de la ciudad y la calle comercial peatonal más larga de Europa; el segundo fueron los jardines de Tivoli en el centro de la ciudad, un parque histórico y un lugar lleno de historias.
La Strøget es el cielo de los consumidores; es un lugar para comprar, un sitio para divertirse. Pero de algún modo es más que eso. Mi visita a la Strøget fue realmente breve, pues no tenía el dinero para comprar algo, pero además de ser un paraíso consumista, me di cuenta de que puede ser un pequeño vistazo del espíritu navideño en Dinamarca. La Strøget era un lugar lleno de alegría, lleno de música y lleno de gente. Los papás tenían a sus hijos con bellas sonrisas en sus rostros mientras miraban fijamente las vitrinas, yendo hacia Papá Noel, los renos y los muñecos de nieve.
Se podían ver muchos hombres y mujeres vestidos como Papá Noel, con grandes avisos en las bicicletas y en los tableros, llamando a los peatones para que entraran a las tiendas y gastaran todo su dinero en regalos para sus seres queridos. Hacía frío. Para mí, sentí la navidad como la que vemos en televisión, especialmente porque nunca había visto nieve ni sentido un clima verdaderamente frío en mi vida.
Dentro del silencio de la gente paseando por la zona y la risa de los niños, se podía escuchar fácilmente el coro de villancicos navideños y el sonido de las bandas luchando con los Ad-Santas por la atención de las personas. Música clásica, pop, rock, villancicos, música escocesa, piano. Uno podía escuchar muchos estilos musicales diferentes que llenan la temporada navideña.
También fui a visitar los jardines de Tivoli, un lugar cubierto por la nieve, la misma nieve blanca que se supone cubre la temporada navideña. Tivoli es el lugar del mercado navideño, una atracción especial para turistas y daneses que quieren pasar un día o una noche en el parque de diveresiones más famoso e icónico de Dinamarca. En el mercado se puede encontrar todo lo relacionado con la navidad: adornos para el árbol, regalos, comida, etc.
Tivoli, que fue inspiración para el cuento de hadas de Hans Christian Andersen El ruiseñor, resume el espíritu de la navidad y la bella relación entre la alegría de la fecha y la manera en que los daneses viven sus vidas y celebran las fiestas. Recuerdo haber leído que Dinamarca fue elegida el lugar más feliz de la Tierra. Si escogiera una razón por la cual se les otorgó este título tras visitarla y echar un vistazo a una de las tradiciones más antiguas de la humanidad, con facilidad elegiría la navidad como una de ellas.
Como latinoamericano que visita Europa y teniendo la oportunidad de ser testigo de su tradición desde una perspectiva tan cercana, me di cuenta, de nuevo, de que, como dije en mi relato de la navidad en Brasil hace unos días, perdemos el tiempo cuando criticamos demasiado la navidad. ¿Por qué no disfrutar una blanca y nevada navidad como los daneses? Si no tenemos nieve, por lo menos podemos aprender de ellos que celebrar la felicidad es la verdadera razón para celebrar la navidad.
*El autor es colaborador de Global Voices Online y editor de su versión en portugués. Traducido del inglés por Julián Ortega Martínez