Son las tres de la mañana. Se me pasó el tiempo leyendo. Ya me lavé los dientes, estoy más que empiyamado, y estoy a punto de desmayarme del sueño. Pero no. Debo verificar una vez más, si de verdad dejé la estufa apagada esta vez. Como estuve poniendo agua a hervir toda la noche, para preparar café instantáneo durante los interludios de mi lectura, ya no recuerdo si la última vez que verifiqué si estaba apagada fue después del último café, o del penúltimo. Lo más seguro es que sí esté apagada. Y sí, efectivamente estaba apagada, y de nuevo me siento como un errante obsesivo-compulsivo, verificando mis propias verificaciones, por mal que suene. Pero más de una vez ha amanecido la estufa eléctrica prendida, y encima de ella alguna olla al rojo vivo a punto de fundirse. De hecho, de esta manera he descompuesto al menos tres ollas. Mi preocupación no se basa en algún trastorno de la personalidad, más allá de que padezca de alguno o no, sin saberlo. Se basa en la realidad de malas experiencias previas, que se hubieran podido prevenir. O al menos eso pienso. [sigue…]