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Ficciones: política y enamoramiento

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martes 20 de enero de 2009 11:26 COT

El perdedor y los objetos políticos

Con la participación de Alejandro Echandía M. C., Juan Diego Jaramillo Morales, Luis Echavarría Estrada

A partir de la fecha, el colectivo Clandeldestino se une a equinoXio en calidad de columnista habitual de nuestra revista digital. Antes del texto de su primer artículo, publicamos la descripción de su columna.

El perdedor

“Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. (Samuel Beckett)

Querido lector: no espere encontrar en esta sección algún afán por cabalgar frescamente sobre la coyuntura; más bien, encontrará que nos asombra el estancamiento de tantas cosas, que el ritmillo noticioso intenta mitigar con amnesia para el asco de tragedias que no son nuevas. Ya por supuesto, no creemos que todo se vaya a joder, ya hubiera pasado hace rato; más bien observamos que las tragedias y las miserias de nuestro acontecer gubernamental (que no es diametralmente opuesto a muchos otros) van creando sus propios agentes, especímenes que se adaptan y se lucran en ese escenario, como especímenes que no liberan a su anfitrión, ni lo eliminan.

El primer fracaso

Por su puesto que hoy en día existimos un gran grupo de personajes poco serios para los que tentativamente colonizan los hilos del poder político, desadaptados, desconectados de alguna realidad que nos intentan vender, sin lenguaje, ni deseo para entablar un dialogo con los padres y salvadores de la patria, en todo caso y afortunadamente subestimados, un puñado de perdedores para un político bien “serio”, prácticamente un doctor más.

El segundo fracaso

Hay un equilibrio delicado al que se aferran agentes que recrean una elite bastante mediocre, he ahí la pulsión inconfesable para que nada cambie en el fondo. La torpeza y la ingenuidad de que todo puede seguir igual privilegiando nuestras mezquindades, habla de comunes exponentes de nuestra clase política que no se han dado cuenta de que, al no apostar por una “salvación colectiva”, se van encerrando, perdiendo las llaves del juego, para al final llegar al pareja del absurdo, donde sólo hay estatuas cagadas por palomas; allí donde la enfermedad y la vejez conectan el principio y el final de la cadena alimenticia y nos mezclan a todos en la tragedia final de ser colombianos, de nuestra ciega soberbia como humanos.

Es tan ridículo aquel político que hace todo igual que antes y se cree importante por un nombramiento que a nadie le importa. No descresta el que se cree hábil por lograr estafar varios ciudadanos con necesidades y lograr el apoyo de varios empresarios que lo ven como un idiota útil o un mal necesario. Un político que, egocéntrico, se cree el centro del mundo, sin detenerse a pensar en los públicos imaginados de hoy, de las dispersas mayorías que están en otras cosas y, de igual forma, que la admiración de hombres y los suspiros de mujeres (o en la ecuación que corresponda al sexo deseado) los ocasionan hoy artistas y empresarios, contando sólo con ciudadanos varados que encuentran una opción en seguirle la corriente. Por más que los más despreciables de su clase ganen grandes fortunas con su habilidad para mentir, engañar y tomar los atajos de la cobardía (de aquellos que no fueron capaces de construir empresa, de hacer negocios siguiendo las reglas del juego y prefirieron hacer política), afortunadamente para la justicia poética y la comedia, son personajes desagradables a los que algo siempre les faltará.

Fracasar mejor

Fracasar en este mundo de tontos por cientos y absurdas ilusiones no es tan grave, lo que hemos querido esclarecer acá es que hay dos clases de perdedores: nosotros y ellos; nosotros los que nos salvamos fracasando, intentando cosas inservibles (disfuncionales) y no jugamos el juego que otros intentan hacer creer, que no es un juego sino la vida real o asuntos de caballeros. Y ellos, aquellos que son perdedores, irremediablemente para nosotros, por querernos engañar con tan poca gracia, con su mortalidad enmarcada por el olvido de aquellos que lo aclaman con cálculos igual de mezquinos a su trayectoria.

En la política suele haber dos factores decisivos por los cuales ser evaluado por los perdedores de éste lado: la lealtad frente a sí mismo (convicciones), que supere siempre las que merecen otros (grupos o personas), y la mezquindad para seguir la corriente. Muchas veces, alguien que empieza a escalar en política es subestimado como un perdedor por no seguir la corriente y contradecir lo popular o la costumbre, así como por ser inflexible y de esa forma perder la posibilidad de alianzas que allanarían su triunfo. Ese personaje que efectivamente muchas veces “pierde” para satisfacción de los “ganadores” tradicionales, merecerá toda nuestra simpatía.

Los objetos políticos

Nos desprenderemos acá de cuanto eufemismo vayamos encontrando, evitando las ideas abstractas, que ya en este tiempo de desconexión y olvido, no hay con que comer o por lo menos, aderezar. Lo invitamos a que rescatemos con un poquito de ingenuidad, buen humor y paciencia lírica la intensidad de lo íntimo y cotidiano con miras a lo que se juega en lo público, para experimentar desde nuestro propio afán (no el de ese mundo aparte y autocontenido de los candidatos y servidores públicos) lo político.

Tres hombres

Desde aquí, invitamos a los políticos a ser contenidos, como lo que son, fichas de un juego que se les volvió real, pretendemos que entren en nuestra cotidianidad y mundo subjetivo, como piezas curiosas de colección, juguetes. No es nuestro afán irritar a un político o a uno de sus seguidores, pero ya no les queda más que volverse cosas o cositas curiosas, como un jugador de fútbol en un álbum, como un peluche que se puede abrazar o pellizcar para que diga la frase que tanto nos irrita con algo de masoquismo, como una miniatura que se puede enfrentar a otra enfrentando nuestro caprichoso gusto por querer que uno gane.

Cada vez somos más los que superamos la orfandad de estar esperando que alguien nos salve. Y en cada momento, en cada una de las cosas de un mundo subjetivo, mucho más rico que el mundo “real”, procuramos vencer la tentación de salvar a otros. Existen temas serios y temas banales. Hoy por hoy, cuando celebramos el relativismo con el cual ser eternamente adolescentes, eternamente apáticos e insolentes, no sabemos de dónde provenga la autoridad para esa clasificación.

Este es pues un clamor por que la política recobre algo de su belleza deportiva y la agenda pública camine más por donde caminan las pasiones de los descreídos.

Ficciones: política y enamoramiento

Pareciera algo difícil encontrar la estética de la política, siendo éste un espacio de funcionarios, de burócratas, de hombres de letras moribundas, de leyes que reproducen tradiciones, de costumbres y sobre todo de ficciones administrativas. Con raras excepciones, vemos retratos de personajes inspiradores cuando nos acercamos a lo que los autores escriben sobre políticos modernos. La literatura como un espejo de las mejores de las verdades no puede más que trabajar con las verosímiles pasiones de cada campo, narrando historias donde la ridiculez del  poderoso sólo nos puede producir el asco absurdo, como se ejemplifica con Vargas Llosa en las descripciones del “todo poderoso Chivo”, que como tantos golpistas y empresarios del voto, no sabían, como la gente normal, que todo no es posible (-D. Rousset; 1947-).

Para sentirse colmado, le bastaba que tuviera el coñito cerrado y él pudiera abrírselo, haciéndola gemir -aullar, gritar- de dolor, con su güevo magullado y feliz allí adentro, apretadito en las valvas de esa intimidad recién hollada. No era amor, ni siquiera placer lo que esperaba de Urania. Había aceptado que la hijita del senador Agustín Cabral viniera a la Casa de Caoba sólo para comprobar que Rafael Leónidas Trujillo Molina era todavía, pese a sus setenta años, pese a sus problemas de próstata, pese a los dolores de cabeza que le daban los curas, los yanquis, los venezolanos, los conspiradores, un macho cabal, un chivo con un güevo todavía capaz de ponerse tieso y de romper los coñitos vírgenes que le pusieran delante.

Traté, traté. Pese al terror, al asco. Hice todo. Me puse en cuclillas, me lo metí a la boca, lo besé, lo chupé hasta las arcadas. Blando, blando. Yo le rogaba a Dios que se parara. Decía que no hay justicia en este mundo. Por qué le ocurría esto después de luchar tanto, por este país ingrato, por esta gente sin honor. Le hablaba a Dios. A los santos. A Nuestra Señora. O al diablo, tal vez. Rugía y rogaba. Por qué le ponían tantas pruebas. La cruz de sus hijos, las conspiraciones para matarlo, para destruir la obra de toda una vida. Pero no se quejaba de eso. Él sabía fajarse contra enemigos de carne y hueso. Lo había hecho desde joven. No podía tolerar el golpe bajo, que no lo dejaran defenderse. Parecía medio loco, de desesperación. Ahora sé por qué. Porque ese güevo que había roto tantos coñitos, ya no se paraba. Eso hacía llorar al titán. ¿Para reírse, verdad?

Éste era el Generalísimo, el Benefactor de la Patria, el Padre de la Patria Nueva, el Restaurador de la Independencia Financiera.

Vargas Llosa; 2000, La Fiesta del Chivo –

Estatua

Es inútil tanto poder, tanto sobrepasar a otros para no tener el más simple y milagroso deseo cumplido en la intimidad, el que a los cotidianos nos acerca a la divinidad, poniéndonos en el centro del universo por un rato. Una mujer bien amada y buena amante y en nuestro egoísmo, en nuestra vanidad, tan sólo una erección perfecta y corriente, a los que súbditos y ciudadanos podemos acceder, es algo irremplazable y frente a lo cual no hay competencias o títulos que lo suplan. Aquel que no supo desarrollar una vocación para el amor, al que se le extravió encarcelándose en una relación social como los matrimonios de usanza o en la ficción de su poder pagando mucho por pasiones baratas, extraviado en sus codicias, termina concentrado en su competencia, como una incansable carrera hacia el vacío, dentro de un juego autocontenido, frente al que nunca sabrá detenerse. A este hombre que habita con frecuencia las páginas de la historia política, sin conocer un real fin, seguirá sin importarle sus métodos o medios en una carrera contra otros, buscando la aprobación que, ficticia, nunca lo saciará, acaudalándose de una forma que no le servirá para hacer los canjes que realmente necesita.

A veces la caricatura nos lleva a esa imágenes de niños jugando con aviones de guerra, comportándose como reales tiranos en sus afanes por ganar y conseguir lo que quieren, pero esos niños están convencidos de que es un juego y están muy tranquilos frente a lo que tienen; normalmente su mundo está resuelto entre el amor maternal y paternal, no se preocupan mucho por quiénes son, ni porque alguien se lo compruebe. Luego va llegando la adolescencia y este niño se ve expulsado del abrigo existencial de su papá y mamá, y su autoestima sufre con la confusión de la identidad, buscando la aprobación en cualquier lugar, por un desprecio a sí mismo, de no tener lugar ni destino, se vuelve bastante incapaz para el contacto con el amor y su encuentro puede marcar el fin de la adolescencia. Serían un juego de niños esos vericuetos internacionales por molestarse entre jefes de Estado y demostrar así quién tiene más grande algo (la terquedad, la desfachatez, la billetera que robustezca en su pantalón, la bomba), pero es más aún un juego entre adolescentes obsesivos por resolver un problema interno allá afuera; al no poder conseguir lo mínimo se quiere conseguir lo máximo, cada vez abriendo vacíos más grandes, porque lo máximo no es intercambiable con lo mínimo: son dos juegos y las claves no son intercambiables, pero su agujero se hace presente en la carne de un mismo personaje que no puede vivir sólo de su esfera pública.

Esta tesis es propia de almas ingenuas que ven en el amor un escape, una ruta de salida a las insoportables ficciones del éxito. ¿Pero no es también ingenuo que en nuestro Congreso las primeras semanas se las gastan peleando por las oficinas buenas y su amueblamiento? ¿Es fútil que, en el concejo de una ciudad grande, políticos profesionales rompan acuerdos por quedarse para su despacho con un escritorio más grande que quedó libre? En últimas, lo que quisiéramos preguntar acá es, ¿no es ingenuo vivir sin amor? ¿No es ingenuo dedicar la vida a sobrepasar a otros hombres cuando nunca se conquista la distancia absurda entre una vida inerte y aquel gran nutrido encuentro que por primera vez nos saca de la orfandad de una carrera hacia la nada? La historia nos abriga con algunas pruebas entre el cansancio de los miles de nombres para anudar la historia de la falta de imaginación del corazón, contando con un puñado que encendieron vigorosos sueños con el resplandor de su vida íntima.

Leer 'Marx ha muerto'
Leer 'Begin: una renuncia insólita'
Leer 'Más serio es el amor que la política: Dayán'

Nuestra politiquita

Proponemos entonces, estar muy alerta en las próximas elecciones sobre los amores de los candidatos y la forma como lo expresan, donde inclusive muchos de ellos, artesanos de mentiras, no pueden fingir.

No permitamos que nos gobierne (o represente) algún calanchín que teniendo tan poca estima, sin vivir las intensidades del Otro, nos pondría a vivir los caprichos de la corrupción y a sufrir la vergüenza de ese juego de machitos secos.

Ya sabíamos nosotros que a la larga no nos íbamos a llevar bien con la figurita del Presidente Álvaro Uribe desde que lo vimos declamando poesía en un programa televisivo, supuestamente para su esposa, pero constantemente y con gran ilusión (de indiscutible próximo presidente, durante su primera campaña) miraba a la cámara y cuando no lo hacía (nos confirmaría un técnico del canal de televisión), éste miraba su imagen embelesado cual narciso en una de las pantallas de seguimiento.

Queda pendiente un inventario de posibles hombres de la política de amor, hombres que pueden tener oportunidad de salvarse de ser absorbidos por un juego tan verdadero y que están exentos de las locuras mezquinas de acumular con demencia poder, como claro rasgo de necesitar de la aprobación tan engañosa de una masa y reconocerse en algo tan efímero como la fama o el mando. El cuerpo, los gestos, las obsesiones y la forma de vestir nos irán contando a qué sospechosos personajes atormentar con nuestro cándido disfavor. Celebrando también la risa que sólo proviene de emociones altas y profundas, que es escape de los asuntos mezquinos y resistencia a las tentaciones de los codiciosos, como sugeriría Chopin (Gavoty; 2006). Encontrando esa risa entre las sonrisas de medio lado de los negocios cerrados, podremos esperar más parques inútiles, más estructuras infructíferas y un poquito de caos con gracia en un campo tan predecible.

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