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Violencia intrafamiliar: divagaciones pragmáticas

Violencia intrafamiliar
Por

jueves 17 de agosto de 2006 18:59 COT

Por Thilo Hanisch Luque*

Valga empezar diciendo que este problema de la violencia intrafamiliar es un fenómeno mundial. Son bastante comunes los casos de abuso sexual (sobre todo de menores), violencia física, delitos contra la honra, delitos contra los bienes, entre familiares, vecinos, esposos, y más aún, entre hermanos. Algunas cifras estadísticas señalan que delitos como las lesiones personales, el abuso sexual y el secuestro, son cometidos en la mitad y hasta dos terceras partes de los casos por familiares o personas directamente vinculadas con la víctima, en lo que a Colombia se refiere.

Cuánta novela y película latinoamericana no se ha rodado, basada en el cuento bíblico de Caín y Abel. Aparecen entonces como por arte de magia, los psicólogos, especialistas en pedagogía y didáctica, filósofos (yo), sociólogos, pastores de alguna secta cristiana, y hasta artistas, promoviendo los “valores morales”, el respeto a la diferencia, la tolerancia, la convivencia, etc.

Tal vez por eso, las acciones iniciales de los gobiernos siempre apuntan a campañas de prevención y sensibilización a través de los medios masivos de comunicación. Estas campañas, tan inefectivas como muchas otras, como por ejemplo las que promueven el rechazo a las drogas, el rechazo a la discriminación por raza, sexo o religión, o las prácticas sexuales riesgosas, por citar algunos, y que parten de la percepción de que el problema se correlaciona con el medio ambiente social (política, economía, salud) y modificable sólo a largo plazo, y una percepción de hábito (mal hábito en este caso), y por ende modificable a corto y mediano plazo.

Es bastante probable que la carencia de mecanismos inhibitorios para practicar la violencia en contra de otros individuos tenga una fuerte base en alguna carencia de valores democráticos, afectivos, y por supuesto, morales y éticos. Sin embargo los valores difícilmente pueden ser modificados a partir de la noción del hábito, y por ende, de la “reeducación”. Los que hayan visto la película La Naranja Mecánica de Stanley Kubrick, sabrán de qué carajos estoy hablando. Los que no la hayan visto, sepan que soy enemigo acérrimo del “cine-arte”, me fascina el cine facilista y de comedia gringo, pero para todo, hay una excepción, y ésta es una de ellas.

Hay quienes respetan la ley, porque temen al castigo en el caso de no hacerlo. Otros lo hacen por convicción. Algunos, moralmente neutrales, por absurda que suene esta definición, simplemente les gusta vivir con reglas fijas, para saber qué hacer en cada caso. Si la ley permitiera ciertas acciones convencionalmente clasificadas como inmorales, pero fueran legales, pues quebrarían la norma moral cuando fuera necesario. Son naturalmente “amorales”, que no es lo mismo que ser “inmoral”. Actúan de acuerdo a un criterio de oportunidad y necesidad. Así deciden vivir bajo un esquema flexible de valores, que se va ajustando a sus propias necesidades.

Alguna vez oí un chiste mexicano, en que el “charro” afirmaba con convicción, que le pegaba a su mujer para que supiera quién mandaba, pero que luego la besaba, para que supiera quién la amaba. Otro caso es el del niño mamón y maleducado, ante el cual mucha gente afirma con convicción cosas como que “le hicieron falta más coscorrones”. Quién no ha oído alguna vez la teoría de que el sufrimiento y las carencias materiales y afectivas de un individuo, mientras crece, fortalecen su carácter. También está el lado opuesto, el de la permisividad, como cuando toda falta contra la convivencia y conveniencia de una mayoría en un grupo social, se pasa por la galleta en beneficio de unos pocos individuos, so pena de poner en peligro “el libre desarrollo de la personalidad”, y cosas por el estilo.

En países como Alemania, Francia y los de la Escandinavia, no es difícil encontrar familias donde el miembro más importante no es el hijo, o la hija, sino el perro, el gato o cualquier mascota de la casa. Nada en contra del amor a los animales, ni de los animales mismos, que muchas veces dan mejor ejemplo que los humanos. Los valores supremos en este tipo de familias son el rendimiento escolar, no poner los codos sobre la mesa durante la comida, y manejar con destreza cuchillo y tenedor. Todo lo demás, es secundario. No es que necesariamente en estas familias enseñen a pegar, en vez de argumentar, o a responder con violencia ante las situaciones incómodas de la vida. En Latinoamérica, por otra parte, es famoso el dicho de que “El que peca y reza, empata”. Como vemos, son dos formas distintas del mismo problema.

Hace pocos días publicaba yo un artículo denominado La doble moral de SOHO. No soy católico fanático, ni mucho menos. Mi motivación fue ver la escena tan ridícula de gente protestando por el derecho a la libre expresión, no por una investigación judicial de alguno de los periodistas amenazados, exiliados, o más grave aún, asesinados. Eso no mueve al grueso de la gente. Pero que no permitan mostrar las tetas de la Azcárate, parodiando una obra de Da Vinci, resultó ser escandaloso. La libertad de expresión de la prensa defendida a ultranza por los productores de la pornografía local, por ellos, y casi nadie más que ellos. Incluso dudé mucho si debía escribir al respecto, por lo ridículo.

De la misma manera, me parecía más absurdo aún que existiera todo un movimiento masivo de religiosos y políticos laicos escandalizados, exigiendo la máxima pena posible para el incauto director y la revista en cuestión, habiendo verdaderos delitos gravísimos, y de vieja data, ocurriendo a lo largo y ancho del país. La impunidad por los delitos imperdonables de los niños mutilados por las minas quiebra patas, los niños y niñas usados como carne de cañón por los grupos ilegales de derecha e izquierda, los secuestros, los asesinatos, las intimidaciones contra la verdadera libertad de prensa y expresión, que ahí si merecerían estas protestas y mucho más. En fin.

También me pongo a pensar, en el caso específico en cuestión, el que motivó el tema del Convite de Equinoccio. Trato de imaginarme por un momento, qué ofensa al honor o contra el ego pudo emitir la mujer de este señor, para justificar tamaña respuesta. Lo hice para tratar de entender, no de justificar. Probablemente dicha justificación no exista, pero, ¿y si existiere? ¿Y si la “inmoral” o “faltona”, o la que falló primero, fue la señora? Y si la señora no merecía realmente más que eso, ¿cómo carajos se enamoró de ella el agresor o se involucró hasta llegar al matrimonio en primer lugar? Considerando este caso extremo, el señor se falló a si mismo primero, no se si cuando se casó, o el día del lío, o cualquier otro día.

Especulo que cuando la relación iba bien, él era su “protagonista de novela ideal”, y ella era su coprotagonista de novela. La relación ideal duró tanto como la serie televisiva en cuestión, porque se fundamentaba en la misma escala de valores de un reality show. ¿Ausencia de valores? Nuevamente no. Hasta la Shirley y el Nicolás de la edición antepasada, tenían sus valores. El problema, de nuevo, es la escala. Al señor en cuestión, le pareció más importante adelantar su propio proceso anticipado de “justicia y reparación”, en su errática mente, bajo los efectos tóxicos del alcohol, seguramente. Alcohol que tomó voluntariamente, a sabiendas de las consecuencias que éste tendría sobre su juicio y raciocinio.

Es como en la canción de Rubén Blades, llamada Decisiones: “Decisiones…, todo cuesta. Alguien pierde y alguien gana…, Ave María.” Y por fin, después de todo este palabrerío, quien haya aguantado la lectura hasta esta parte de mi modesto artículo, aquí viene mi tesis central: la mayoría de personas cree que la vida es una especie de juego al azar. Unos se sienten predestinados al éxito, y otros al fracaso. Pero todos están predestinados, al fin y al cabo. En Colombia, y lo digo con el mayor ánimo autocrítico, si podemos echarle la culpa al vecino, perfecto. Y si no, la disculpa es que fuimos pobres, y por ende no recibimos educación, y tuvimos que aprender a sobrevivir. Otras veces, lo que pasa es que nuestros padres no nos pusieron atención, porque se la pasaban trabajando y produciendo dinero, dejando de lado la vida familiar. Entonces el día ése, cuando nos caímos del triciclo, los padres no estaban para consolarnos y devolvernos la confianza en nosotros mismos (y en el triciclo), y por eso andamos resentidos contra el mundo, porque nadie nos pone la atención que merecemos. Seguramente el señor en cuestión, o su esposa, o ambos, se rejuntaron porque creyeron temporalmente haber hallado su pozo de las lamentaciones personal. Pero una vez que la capacidad del pozo se sobrepasa…

Otras veces, el mundo simplemente es injusto, y hay que vengarse de él. Es una fatal combinación entre insatisfacción permanente con la vida, y el sentimiento de impotencia para modificar su propia circunstancia existencial. Al carecer el mundo de sentido, pues con mayor razón carece de sentido todo lo relacionado con la humanidad misma. “¿Respeto? No. Yo no doy lo que no me dan. ¿Justicia? No. Yo no soy juez, y además el mundo ha sido injusto conmigo. Ni bobo que fuera. ¿Pegar, transgredir, violar, matar? Depende. Pero que conste, que si no lo hago, soy un santo, porque a mi si me lo hicieron.”

Y si los anteriores fueran hábitos, ¿cómo modificarlos? ¿Cuál es el límite en el cual todavía se puede modificar el hábito? ¿Se puede reeducar a los paramilitares y guerrilleros reinsertados, por ejemplo, para que no vuelvan a delinquir por convicción? Y si la respuesta es sí, ¿en cuáles casos? ¿El psicópata, y asesino de niños en serie más temible de todos los tiempos, Garavito, está arrepentido, y ahora va a ser un miembro “útil” para la sociedad? Bueno, esa última es muy obvia y extrema. ¿Los políticos corruptos van a resarcir sus culpas, admitirlas y reparar los daños causados? Respuesta igualmente obvia.

No quiero ser pesimista señoras y señores. Pero si a lo único a lo que temen algunas personas, es al garrote de la justicia, aunque en este país, si acaso, sería temor a la justicia divina, pues no perdamos el tiempo. Igual en la cárcel, a los más vivos, les dan rebajas de pena por estudiar y aprender lo que ya sabían, supuestamente. Y a los que están injustamente en la cárcel, a ésos si les están tratando de enseñar otra cosa. Pero con la escala de valores correcta, difícilmente desaprenderán lo que verdaderamente ya saben del mundo. Por eso se escribió el Conde de Montecristo.

¿Se puede modificar la escala de valores? Y si la respuesta es no, ¿cómo aislamos a los individuos cuya escala es una amenaza para la sociedad? O al menos, ¿cómo nos aislamos nosotros mismos de ellos?

Bueno, sólo pude hallar una respuesta, por ahora, bastante ingenua por cierto, y elementalmente infantil. Me la dio Rafael Pombo, hace algún tiempo, cuando resignado, porque en la cartelera de cine sólo hallé “cine-arte”, me tocó abrir un libro.

No tenía otra opción.

Y con eso me despido.

LA ABEJA SENSATA

¿No te emponzoñas, oh abeja,

chupando de flor en flor ?

¡Ah! no; mi boca bermeja

absorbe el néctar, y deja

el tósigo estragador.

Tan sólo miel saca el bueno

do el malo, sólo veneno.

 

Rafael Pombo

 
*Editor General del OIMC

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3 comentarios a la entrada “Violencia intrafamiliar: divagaciones pragmáticas”

  1. macladu
    sbado 19 de agosto de 2006, 16:40 COT
    1

    “Trato de imaginarme por un momento, qué ofensa al honor o contra el ego pudo emitir la mujer de este señor, para justificar tamaña respuesta. Lo hice para tratar de entender, no de justificar. Probablemente dicha justificación no exista, pero, ¿y si existiere? ¿Y si la “inmoral” o “faltona”, o la que falló primero, fue la señora? Y si la señora no merecía realmente más que eso.

    Ni remotamente pienso o imagino que la solucion sea darle una muenda a la señora por muy faltona que haya sido… no imagino a una persona como usted siquiera imaginandolo… nada absolutamente nada juntifica una reaccion de este tipo, ni semejante falta de respeto entre dos personas…

  2. THILO
    sbado 19 de agosto de 2006, 20:13 COT
    2

    Doña Macladu: Le faltó citar la parte final: “Considerando este caso extremo, el señor se falló a si mismo primero, no se si cuando se casó, o el día del lío, o cualquier otro día.”. Me parece que de otra manera, usted estaría induciendo a una mala interpretación. Por si acaso, y agradeciéndole su comentario para así permitirme aclarar (de nuevo) este punto: este tipo de violencia no tiene justificación alguna. Estoy de acuerdo con usted. Sólo le pido que lea hasta el final del párrafo, para evitar este tipo de confusiones. Muchísimas gracias por su comentario. THL

  3. macladu
    lunes 21 de agosto de 2006, 11:43 COT
    3

    sera ?



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