Comentario fuera de órbita:
Hace unos meses emprendí una apasionante cruzada contra las causas humanitarias. Estoy hastiado de las escopetarras, conciertos bondadosos, el pan de Bono y Manu Changua, entre otros. Si quieren salvar el mundo, vendan sus limosinas y dejen de vestir Gucci o gastar miles de dólares en videos. Yo decidí salvarme a mí mismo llenando mis venas con alcohol, una de las cosas que más disfruto y que, mirando a toda la gente que ha inspirado, es uno de los mejores inventos de la humanidad. Me satisface ver que Eduardo Bechara no recaudó un peso en su malévolo plan de recorrer Brasil en bicicleta para salvar a los niños con cáncer y que, comparativamente, yo me haya emborrachado a cuenta de otros en unas diez o más ocasiones (honestamente, perdí la cuenta). Favor seguir haciendo las donaciones para los niños borrachos en la cuenta de ahorros número 4502-7006-5458 de Davivienda a nombre de Daniel Páez (persona non-grata sinónimo de lucro, RUT 80.232.540-2). Con estas donaciones usted está ayudando a un niño enfermo a tener una posibilidad de escribir una novela tan buena o mejor aún que la de Bechara.
Ahora sí, a lo que vine:
La pixelada paleta del arco iris
Hablar de Radiohead a estas alturas de la historia es como hablar de Nirvana hace 15 años. A todos les gusta, no se les reprocha nada, sus álbumes son impecables (tal vez los de Nirvana eran ruidosos, pero muy bien hechos), sus videos ratifican la esencia de la banda, su cantante es un icono, sus letras deprimen pero no aburren y medio mundo quiere sonar como ellos. Creo que llegó el momento de parar con el entusiasmo: In Rainbows.
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